Hace 77 días que las partes intentan, en vano, un diálogo que no tendrá suerte. El campo quiere “ganar o ganar” y su mejor esfuerzo es no parar. El Gobierno no quiere ceder nada.
Kirchner cree que el campo se resume en un puñado de terratenientes que se reúne en salones coquetos para conspirar contra la Presidenta.
Las 200 mil personas que el domingo se movilizaron en el Monumento a la Bandera en Rosario vendrían a ser, entonces, conspiradores contra el Gobierno. Golpistas que hay que despreciar. Eso explica la decisión unilateral de ayer de no convocar al diálogo, cuando los propios dirigentes presumían, el domingo a la noche, que la foto de Rosario iba a ser tan contundente, tan capaz de hablar por sí sola que bastaría para que el Gobierno volviera sobre sus pasos y admitiera que esta batalla, después de 77 días de conflicto, estaba perdida.
Nada más lejos que eso. Este Gobierno no admite el disenso. No admite que un sector, después de cinco años de gestión monocorde, haya pateado el tablero y sea capaz de convocar al acto más numeroso desde la reinstauración de la democracia sin pagarles pasaje ni comida.
No admite que el sector que se queja sea uno de los que más rápido y mejor se recuperó tras la crisis de 2001.
No admite que haya sido capaz de despertar adhesiones urbanas y hasta modestos cacerolazos, que escondían más enojo por la suba de precios (pese a la manipulación estadística del Indec) que un rechazo genuino al esquema de retenciones móviles.
El matrimonio presidencial no admite que unos 300 mil productores tan atomizados como tozudos sean quienes cuestionaron su forma de construcción de poder: gobernar sin consenso, gerenciar sin diálogo.
Lo que empezó como una lucha por la apropiación de la riqueza que desborda el mercado externo hoy se convirtió en una puja lisa y llana por el poder.
Hacia dónde vamos
La foto de Rosario sirvió para convencer al Gobierno de que si 77 días no bastaron para doblegar al campo, no tendrá ya más sentido apostar al desgaste. Es más, es probable que la bronca vaya en aumento. “La lucha es larga”, advirtió anoche el piquetero Alfredo De Ángeli en un intento de contener a las bases para no volver de inmediato a los piquetes. “Hay que saber leer los desplantes del Gobierno”, pidió.
El “ganar o ganar” del domingo en Rosario no le deja espacio a la negociación, entienden en el Gobierno. Aquel ultimátum de que ayer debía haber cambios sí o sí en las retenciones, llevó al Gobierno a acelerar su estrategia: un cambio sobre “los mercados de futuro” vendrían a corregir lo que está mal y a otro asunto, sin más teatralización de un diálogo que no existe.
Todas las veces que se encontraron con el agro, Alberto Fernández salió a negar lo que presuntamente allí se habló y las negociaciones volvieron a punto muerto. ¿Qué sentido tiene seguir con esa puesta en escena?
Pero una cosa es ese juego de idas y vueltas y otra es una medida unilateral de parte del Gobierno, que socava toda posibilidad cercana de acercar posiciones y de conciliar, algo que piden en forma unánime la dirigencia política, empresaria, institucional y social.
Los cambios que presuntamente se anunciarían hoy dejarán al descubierto que no hay interés en resolver el conflicto, lo que implica una lectura más peligrosa: el Gobierno no alcanza a ver la envergadura de la crisis.
A esa encerrona en la que quedó la Presidenta, el campo evaluaba potenciarla más: pediría una audiencia directamente con la mandataria. “Queremos que la pelota quede en campo de ellos”, dijo anoche uno de los dirigentes que participa de la mesa de enlace.
El campo cree que el mejor esfuerzo para negociar es no parar. Para el Gobierno, no es suficiente. Y cada vez que se sientan a discutirlo, la charla termina a los portazos.