“Bueno, ahí dice 80 pesos el metro, pero son 83, lo que pasa es que no actualizamos hoy las etiquetas”, dice impávida la vendedora de telas para tapicería y cortinados. “Mire, si usted ha venido antes habrá visto que siempre están exhibidos los precios. Los sacamos porque mañana aumentan, así que si usted se lleva ahora la alacena, no va a tener el aumento”, aprieta la vendedora de muebles de cocina, ante la cara atónita del cliente que no sabe si lo extorsionan para que diga ya que sí o si se desde mañana asoma la punta de un iceberg que no quiere ni adivinar.

Ya no se trata de una “sensación” generalizada o de ver que justo aumentan los precios de los bienes que la gente más consume, como la carne, las frutas y verduras o los lácteos. La inflación se ha instalado y, aunque no muestra aún toda su furia, ha destapado aquello que más temen los hombres de Gobierno: las expectativas inflacionarias, esto es, el aumentar por las dudas, porque “como todo aumenta, también hay que aumentar para cubrirse y un poco más también”, según razona todo aquel que tiene algo para vender.

Suben los productos estacionales, suben los de precio regulado y los de precio libre. Suben los controlados por el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, y suben todavía más cuando se rumorea que el súperfuncionario se va. De todos modos, para el Indec, la inflación en mayo fue del 0,4% y acumula en el año un irrisorio 3,4% en 2007, menos que el año pasado para la misma época. ¿Qué pretende el Gobierno?